Duerme, que viene el coco

domingo, 12 de noviembre de 2017

Vivimos...


Vivimos en un mundo donde nos podemos permitir ser veganos o vegetarianos. Las leches de soja o de almendras, libres de contenido animal, llenan las estanterías de los supermercados, junto a las hamburguesas de tofu o las salchichas de seitán.

Tenemos esa opción, cuando no hace mucho nuestros abuelos pasaron una época en la que comían hasta gato si no encontraban otra cosa.

Vivimos en un mundo en el que la leche ahora es más sana si es desnatada, sin esa nata amarilla que la cubría cuando nuestras madres la hervían, directamente compradas en la vaquería.

Nos permitimos elegir entre mil y un yogures que nos ayudan a ir al baño, a tener más calcio en los huesos e incluso a que nuestros bebés crezcan sanos y fuertes por un «módico» precio. ¡Incluso el colesterol se sana con una botellita al día de un líquido mágico! Y existe otra que te eleva las defensas. Además, tenemos «delicatessen» curiosas, como las hoy llamadas patatas de guarnición, que antes se les echaba a los marranos para comer.

Vivimos en un mundo en el que es más importante cuántos «me gusta» obtenemos antes que recibir un educado «buenos días». Un mundo en el que preferimos ir a un centro comercial antes que a un negocio pequeño para no tener que hablar más que lo imprescindible con el dependiente, y en el que raramente encontrarías un delantal a cuadros sencillamente porque ya no los venden.

Un mundo en el que los perros visten ya mejor que sus dueños, mientras que los gatos comen delicias de rape y gambas.

Un mundo en el que las comidas son cocinadas con prisas, sin el cariño del fogón, y a veces incluso salen de cartones que se calientan en cinco minutos en los microondas.

Los coches, más seguros ahora, no evitan que sin embargo haya más muertes que antes ocasionadas por el loco tráfico al que nos exponemos.

Vivimos diferente, igual que morimos diferente, pues ya ni velar a los difuntos está en boga. Se cierran las puertas de la sala, escasos son los velorios.

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