Duerme, que viene el coco

jueves, 23 de marzo de 2017

Entrevistando a Rocío.

Hoy os traigo una entrevista que he realizado a Rocío Ramírez, autora de La burundanga y Duerme, que viene el coco. Sí, la entrevista se la hago yo porque la conozco muy bien, o eso creo. Quizás me sorprendan sus respuestas. Nunca se acaba de conocer a las personas. Rocío frente a Rocío. Una parte de ella, quizás la más cabal, preguntando, y su otro yo, el de las locuras, respondiéndose a sí misma a preguntas que nunca antes le habían hecho. Comencemos...
Pregunta: — Rocío, ¿por qué escribir?
Respuesta: — ¿Por qué cantar, o bailar, o pintar...? Porque descubres que te hace feliz. Me gusta contar historias, y trasladarlas al papel.
P: — Y también disculparte por escrito. ¿Recuerdas cuando hacías alguna de las tuyas? Y mira que te lo advertía...
R: — Bueno, no te salgas del tema, que no estamos hablando de mis trastadas. Pero sí, te doy la razón, querido yo. Mamá aún conserva cartas en las que pido perdón de una forma bastante extensa. P: — ¿Qué sientes cuando terminas una novela? Además de la ilusión y de las ganas de mostrarla al mundo como los papás cuando nace su criatura, algo más pasa por esa cabecita tuya.
R: — Sí, pasan muchas cosas. Siempre hay inseguridad y temor, porque no sabes cómo va a reaccionar la gente cuando la lea. Y, bueno, entre tú y yo, también me da congoja. Hay personajes a los que no voy a ver más, y te tienes que despedir de ellos después de haberles dado vida. Los has creado, les has dado un nombre, unas características físicas, una personalidad...Son tus criaturitas.
P: — ¡Uf! Visto así, ahora comprendo ciertas cosas tuyas. Hablando de personajes, ¿te inspiras en gente a la que tú y yo conocemos? A veces me ha parecido reconocer a alguien.
R: — Muy buena pregunta. No me inspiro en personas concretas. Me gusta observar a la gente, y a veces ciertos comportamientos, o reacciones, me ayudan a darle vida a los seres que acabo creando. Y sí, me puedo incluir yo. Pero finalmente, cada sujeto que aparece en las novelas es un personaje ficticio, con su propia personalidad.
P: — ¿Cumples con un horario para escribir, o esperas a que te llegue la inspiración para ponerte a ello? Porque algunas noches no me has dejado descansar...
R: — Lo siento, querido yo, pero sabes que me gusta escribir de noche, cuando más silencio hay. Solo que a veces estoy tan cansada, que no me llegan la ideas, y tengo que posponerlo. A veces me ha llegado la inspiración mientras vigilaba que las lentejas no se agredieran entre ellas.
P: — ¿Y qué haces en un caso así? Porque también te puede pasar en otros momentos...
R: — Por eso tengo tantos cuadernos repartidos en bolsos. Apunto las ideas, y luego las desarrollo.
P: — Ya sé que te encanta leer, pero dime, ¿cuál es tu género preferido?
R: — Me atrae mucho el thriller y la novela negra, pero leo de todo. Un buen libro, uno que me haga aprender, pensar o que me entretenga, depende del momento, siempre es bienvenido. Procuro leer de todo. La poesía y el ensayo también forman parte de mis lecturas. No me guío por listas, más bien por recomendaciones de amigos, o por mi curiosidad.
P: — Bueno, Rocío, pues muchas gracias.
R: — A ti, mi yo. Y a vosotros, lectores, deciros que tenéis las puertas abiertas para hacerme preguntas, para resolveros dudas acerca de mis novelas y relatos, o comentarlas. Os espero. Espero poder traeros nuevas entrevistas a escritores, para que los vayáis conociendo. Ambas Rocío ya tenemos a alguien en mente...

martes, 14 de marzo de 2017

TRAS LA VALLA, ABUELO.

El desfile militar estaba a punto de comenzar. A lo lejos resonaban los tambores y trompetas de la banda de música, cuyos acordes se acompasaban y confundían con los latidos del corazón. - Quédese usted tras la valla, abuelo. Esto va a empezar. "¡Abuelo!", pensó el hombre de franca mirada, mientras observaba al joven y gallardo soldado que le había instado a ocupar un lugar seguro. ¡Le quiso decir tantas cosas! Le quiso decir que su piel no fue siempre arrugada como cáscara de nuez, que una vez fue tersa. Le quiso decir que sus manos, ahora deformes por la artrosis, fueron fuertes para trabajar, pero también acariciaron cuerpos frescos y hermosos. Le quiso decir que hubo un tiempo en el que su hoy espalda encorvada se erguía como el mástil de una vela. ¡Le quiso decir tantas cosas! Le quiso decir que él mismo llamó abuelo a alguien, cuando creía que sus dientes nunca caerían, y que sus cabellos no se tornarían del color de la nieve. ¡Le quiso decir tantas cosas! Pero no se las dijo. Sonriendo, se colocó obediente tras la valla. Rocío Ramírez Gámez.

NO ES UN BUEN DÍA PARA MORIR

Cuando Teresa se levantó aquella mañana, ni por asomo se imaginó que horas después estaría muerta. Se despertó con un fuerte dolor de cabeza. La noche anterior se había fumado un cigarro poco antes de ir a la cama, a sabiendas de que le sentaría mal, pero pudo más el ansia y la creencia de que aquello le relajaría. Se había equivocado por completo. Sentía la boca pastosa y reseca. Resistió la tentación de quedarse un rato más en la cama e hizo un esfuerzo inmenso por levantarse. Tenía que preparar a los niños, darles el desayuno, y procurar que se vistieran y lavaran la cara y los dientes. Parecía una tarea fácil, pero aquellos dos monstruitos la complicaban. Entró en el baño y miró cansada la enorme pila de ropa que se acumulaba en la cesta. No había parado de llover en días, y la secadora no funcionaba. Entró en la bañera. Necesitaba una ducha rápida y ¡vaya si lo fue! El agua salía helada. Había olvidado que la bombona se había agotado, y claro, Carlos estaba demasiado fatigado cuando llegaba de trabajar como para cambiarla por una nueva. Salió de la ducha y fue a su cuarto muerta de frío, envuelta en su viejo albornoz, deteniéndose en la habitación de los niños para comprobar que se estaban vistiendo a pesar del alboroto que formaban. Abrió el cajón y contempló consternada su ropa interior. No le quedaban más que bragas viejas, y en vista de que no había otra cosa, tuvo que conformarse con las ridículas bragas con el dibujo de una vaca que en su trasero adquiría enormes proporciones. Se vistió y se calzó con unos zapatos algo pasados de moda. Eran los más decentes que tenía, y le servirían para su propósito: acudir a una entrevista de trabajo en una oficina del centro. El tacón derecho bailaba un poco, pero total, si la seleccionaban para el puesto ya se haría con unos nuevos. Les sirvió el desayuno a los niños, sin querer detener su mirada en la montaña de platos que la miraban desde el fregadero. Eran de la cena de la noche anterior. No había tenido ganas de fregarlos, y en esos momentos, vistos a la luz del día, le causaban gran culpabilidad. Carlos se la había formado la noche anterior. - De verdad que no sé lo que haces durante todo el día. La casa está hecha una mierda. ¡Y ya podrías fregar! Me quedo pegado en el suelo. ¡Como si no se moviera en todo el día! A ver qué quería que hiciera si cuando llegaban aquellos diablillos que tenían por hijos lo revolvían y ensuciaban todo en cuestión de minutos, echando a perder todo lo que había hecho durante la mañana. Salieron los niños y ella con prisas, como siempre, como cada mañana, como era su costumbre, dejando atrás suelos pegajosos, ropa sucia amontonada y platos sin fregar. ¡Para que vengan de visita está la casa! Cuando los hubo dejado en el colegio, tras besos apresurados y manotazos de los chiquillos para impedirlos, se dirigió al centro. Iba caminando a paso rápido, pensando en sus cosas y no vio el pequeño bache de la carretera al ir a cruzar. El tacón se terminó de romper, y sin poder mantener el equilibrio, cayó hacia atrás. Quienes la vieron caer, relataron al ser preguntados que fue un visto y no visto. Cuando vinieron a darse cuenta, yacía de espaldas, desnucada contra el bordillo de la acera. Muerta al instante, con los ojos muy abiertos. Para Teresa todo transcurrió de manera lenta, muy lenta. Sus últimos pensamientos no iban dirigidos a su queridos hijos, ni a su esposo, ni siquiera a su madre. Teresa no se preguntó en esos momentos si había un Dios que le esperaba Allá arriba, si vería allí a su añorada abuela. No. Los últimos pensamientos de Teresa fueron para la pila de platos sucios que le esperaban en el fregadero, para la montaña de ropa acumulada sin lavar, para el puñetero suelo lleno de manchas. "¡No me puedo morir hoy! La casa no está para recibir visitas..." Rocío Ramírez Gámez.

Retomando el blog...

Queridos amigos, queridos todos: El refranero español es muy sabio. Prueba de ello es que a mí, personalmente, se me pueden aplicar muchas citas. Por ejemplo: "Quien mucho abarca, poco aprieta". He querido hacer tantas cosas a la vez, que tuve que dejar un poco abandonado el blog, donde os iba informando puntualmente de todas las novedades acerca de "Duerme, que viene el coco", así como de los relatos que iba publicando. He decidido retomarlo, y para empezar voy a dar entrada a todos los relatos que tengo en Facebook, reseñas de libros que voy leyendo y demás cosas curiosas que se me vayan ocurriendo. Deciros que sois libres de comentar sobre todos estos temas, y que más adelante habrá concursos y sorteos. Un abrazo de vuestra amiga, Rocío.